7 de julio de 2005

CESES CEDERES, por Gustavo

Hola gente.
Retomamos la actividad con un cuento de Gustavo. Si quieren dejar un comentario, pueden hacerlo en juanpoquito.blogspot.com, para que todos lo lean.
¡Salud!
Juan Poquito


CESES CEDERES

Nadie que esté vivo conoce con certeza el día de su muerte.
Menos todavía la fecha de no ceder, cuando todas las anestesias del mundo se acaban de súbito y no queda más que una punzante resaca imperceptible; cuando la imperturbabilidad del día a día, tras erosionarse como los desiertos, se desvanece para dar rienda suelta a esa Bestia fortalecida de tan domesticada.
Y después de todo, desciframos signos e interpretamos símbolos aunados por sobre toda condición social, cultural, académica, económica, política, humana al fin de cuentas. Sin embargo, mira por la ventanilla con las manos sobre la cartera encima de su falda. Tan nadie como los otros, que miran por las ventanillas con sus manos en algún lugar cada uno. Al de al lado le suena el celular y da las coordenadas del colectivo, como si eso fuese sinónimo de cerca o lejos o debiese ser entendido como sinónimo de próximo o distante en tiempo y lugar.
Y todo confluye.
Todo concurre.
Finalmente.
Un gesto, un algo, un nada dice, para quien quiera o sepa entenderlo, que está por bajar. Tal vez, ese leve estiramiento del cuello, una forma otra de mirar, un moverse. No importa cuáles ni cuántos, los indicios deben ser éstos y, seguramente, también otros. Y otros son los que dicen que habrá batalla cuando el rey esté muerto y haya que poner a otro o cuando el que vuelva de Sevilla reclame su asiento. Un acercarse de a poco, un agazaparse de puma para, saltando por sobre lo correcto, la norma tácita, caer sobre la presa con esa precisión única del instinto.
Los zapatos se tocan como quien se calza un yelmo.
Sin embargo, hay un resquicio de esperanza: hay palabra. Palabra de advertencia (dentadura de jauría que gruñe amenazante), pero palabra al fin.
-¡Me está empujando!
La Bestia retrocede, se serena, se distancia, mira alrededor; porque la palabra es vergüenza con látigo o viceversa. Pero hay silencio otra vez. Silencio de motores, timbres, puertas, teléfonos, toses, estornudos, pero silencio al fin.
Irrumpe la certeza como en todo transcurso. Se pone de pie y toca el timbre del cerebro del conductor. Y una mano agarra un brazo, los dedos se ciñen con fuerza para torcer el desenlace, para sancionar la afrenta. Se cruzan miradas. Se muestran colmillos. Quién lo vio primero o quién estaba de antes se pierden en un forcejeo que distrae distracciones por antinatural. El guión del contacto entre los cuerpos en lo colectivo es infinitamente más claro y estricto que en lo individual. Y también hay un momento en que la confrontación troca en espanto. Y también hay un punto de no retorno.
El monstruo bifronte de cuatro brazos y dos pares de piernas representa un unipersonal frente al público impasible y pronuncia su trágico monólogo.
-¡Corrasé! -dice u ordena o suplica. Y, coreográfico, el empujón sobreviene más contundente que violento. Como siempre, ineluctable, hay un gozoso de hipérboles que se relame de morbo.
Y es que cuando un asiento convoca al caos, el paraguas es arma.
Y resulta ser que en las antípodas de esta tierra se tejen los destinos.
Luz amarilla que convoca al conductor a fustigar con latigazos de pedal a los caballos de fuerza y lanzar toneladas de mole como bólido a la carrera. Y ese nadie que, sin embargo, se aventuró como cegado en la misma confluencia astrológica urbana de círculos luminosos verdes, amarillos y rojos.
Intempestivo por impredecible todo se sacude y se agita. Ciclón de voces exasperadas con epicentro en un volante. Gritos, aullidos, desgarros. Metal con metal con vidrio contra metal con plástico con agua con pintura contra metal con plástico con goma con metal... Y la locura, que irrumpe en este terremoto babélico luciendo el traje que más la exalta: el de la sangre.
Se produce por fin la cesión cuando todo cesa. Un cuerpo yace quieto. Todos los cuerpos yacen iluminados por luces parpadeantes, pero ese, más, posando desarticulado e imposible para los flashes. El otro, no; el otro ya empezó a tejer su relato que lo cobije porque no puede parar de ver.

3 comentarios:

  1. Qué grande, este tipo. Qué pluma, qué pájaro.
    Felcitaciones a Aguavivas por su ingreso al cyberespacio.

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  2. Anónimo12:05 p.m.

    Waaaaw,jamás me conmovió tanto un enuentro frontal con la animalada de algunos choferes, hasta imagino el colectivo en el barrio San Cristóbal o uno parecido!.
    Me encantó el vocabulario, casi casi así hablamos en la tierra donde brujas y ángeles nos convertimos en una sola entidad...

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  3. Anónimo9:16 a.m.

    Bueno que decirte..., viajo todos los días en colectivo, por lo que vi esto muchas veces, y leo Aguavivas desde hace tiempo, y aún así me sorprendió el texto. Me encantó la atmósfera de encono por el asiento!

    Paul

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